La inestabilidad no era intrínseca a Pedro Pablo Kuczynski (PPK). Es el denominador común de los gobiernos que surgieron luego del desmoronamiento del régimen fujimorista, incluido el de Martín Vizcarra, el cual solo a meses de constituirse ya muestra graves erosiones en su popularidad.
Lo visto hasta el momento llama a suponer no solamente el hecho de tener un gobierno asediado por los lobistas y carcomido por la corrupción, que fue el ambiente de los últimos días de PPK, sino también inundado por la inoperancia y mostrando que no sabe en realidad por dónde empezar a gobernar.
Pero, no son solamente los gobernantes. El fracaso absoluto de los sistemas de control del Estado, la abdicación de la política por parte del Congreso –cuyos integrantes han preferido cada vez más hacerlo un espacio de sus intereses privados– y el colapso de la administración de justicia, exige urgentemente una reforma profunda del Estado. Sin embargo, surge la sospecha de si podrá hacerse bajo las condiciones actuales.
En otras palabras, lo que nunca supuso la tecnocracia que rodeó a Toledo, García, Humala, PPK y, actualmente, Vizcarra, quienes en líneas generales son prácticamente las mismas personas, es que están atrapados en un tipo de sistema democrático que tiempo atrás empezó a tener resultados crecientemente desalentadores en su calidad. La desvinculación entre las dimensiones política y económica, como proponía la fantasía tecnocrática neoliberal que descansaba en la eficiencia que podía adquirir la economía si se evitaba las «distorsiones políticas», fue negada una y otra vez, planteando a estas alturas la necesidad de cambios profundos para que los sentidos democráticos realmente se plasmen.
Pero, los acontecimientos que rodearon la caída en pendiente de PPK y el cada vez menos espacio existente para la maniobra política nos dicen claramente, sin necesidad de construir mayores argumentos, que la calidad de la democracia que tenemos ahora se parece mucho a la que contenía el régimen que se desintegró a fines de los 90, puntualmente en sus contenidos y formas corruptas.
Estamos ante un reto democrático muy importante que pone como condición, antes que nada, la politización de los actores políticos, para de esa manera puedan construir agendas y permitir pensar en una mejor calidad democrática, pero también una mejor calidad estatal, en la medida en que hayan programas que busquen aceptar y corregir la desigualdad, que busquen entrar en la vida cotidiana de las personas, desde temas como mejores viviendas hasta derechos básicos como salud, educación y demás. Recién entonces podríamos hablar de una democracia que mejore los estándares de reconocimiento de la rica y compleja diversidad social.
Así, este volumen ofrece diecisiete ensayos provocadores, orientados a producir discusión e intercambio de ideas. Son aproximaciones variadas y plurales, las más de ellas preocupadas por un escenario poco optimista. Esperamos sean de ayuda no solo para comprender la coyuntura, sino que generen la inquietud y motivación necesaria para reconstruir la institucionalidad democrática que hoy languidece, absolutamente debilitada.
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